En un principio me lo tomé “a la tremenda“ porque evidentemente no era un comentario noble, o reflexivo.
Es posible que aunque los apagones me están cocinando como a todos, aunque no encuentre determinadas medicinas que necesito o tenga que pagarlas a precios exorbitantes, como todos (siempre queda el penoso recurso de pedirlas a un amigo que decidió vivir lejos), yo he tratado de no convertir este espacio en un rosario de lamentaciones constantes, de quejas, de reclamos legítimos, pero inútiles, de histerias, a veces justificadas, otras no tanto, porque la vida es una y las esperanzas y promesas no llenan ni siquiera las despensas del alma más animosa. Es la verdad, no hace falta camuflarla.
Por el contrario, nos hemos “montado” una página colorida, alentadora, poética, cultural, lo más hermosa que nos podemos permitir entre tres entusiastas seres: Emmanuel, Petí y yo.
La pregunta que les hago hoy para no perderme dentro de mis elucubraciones cotidianas es: ¿Vale la pena clamar por alegrías dentro del desaliento? ¿Vale la pena hablarles de mis pequeñas victorias personales, de mis fotos, mis vestuarios, mis discos, mis premios, en medio de estos tiempos tan inciertos como sombríos? A mi juicio, vale la pena.
Dentro del fango aposté por la belleza, entre el dolor de la precariedad de casi todos y por tantos años, aposté por la belleza, entre la depresión sostenida, pero callada, aposté por la belleza, ante lo inexplicable, aposté por la belleza, la belleza, siempre la belleza, pero temo que esté, cuando menos, haciendo el ridículo, y un anciano ridículo y demodé termina por desatornillar las costuras de la conciencia del más lúcido y comprensivo.
Es posible que, a través de esta página, esté ciertamente construyendo una Cuba paralela.
Ya ustedes me dirán.
Abrazos sabatinos.
1- Que no debe utilizar un lenguaje ofensivo.
2- Que debe ajustarse al tema del artículo.
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