Pero esa fragilidad es solo de apariencia. La rama diminuta resiste los cortes ágiles, breves, precisos, hechos por manos diestras, al excavar en su anatomía, hasta dejarle abierto un vacío rectangular.
El que haya visto la maniobra y escuchado a quien la ejecuta, sabrá que el vástago diminuto es un portento botánico hijo de la ciencia, y que viene de un banco de semillas certificado por especialistas de la Estación Experimental del Cacao Baracoa.
Han pasado 30 días desde que brotó el gajito, y solo 20 minutos desde que una mano experta lo separó de su rama madre y lo trajo al «quirófano», para que haga parte de otro «individuo».
Un patrón vegetal de la misma especie, pero de otra variedad –igualmente certificado–, llenará el vacío del «rectángulo» abierto por la cuchilla. A base de injertos se gesta un «cruce» genético. Se buscan ejemplares aptos para dar más y mejores frutos en un entorno de clima hostil y cambiante, de plagas y enfermedades que insisten, de suelos cada vez más erosionados.
A MALES PRODUCTIVOS, CIENCIA
Madre natura tiene un «absorbente» natural en predios de Baracoa. La sequía «extrae» mediante él la miel del cacao y deja la tierra sin la humedad demandada por el cultivo. De paso, torpedea la siembra, golpea la salud de las plantas y reduce los rendimientos agrícolas.
Al margen de huracanes y riadas que también arrasan plantíos, la escasez de precipitaciones en el quinquenio por concluir le ha restado superficie y fertilidad al cacao baracoense.
Hace tres años aquí se sembraban 300 hectáreas anuales, dice Neoselvis Navarro Blet, directora técnico-productiva de la Empresa Agroforestal y del Coco, entidad a cargo de la producción cacaotera en el municipio. «Ese ritmo ha disminuido por efecto de la sequía.
«Por ese mismo fenómeno –refiere–, hemos consumido hasta 600 mazorcas (bellotas) de cacao para obtener un quintal de pulpa. Igual volumen lo extraeríamos de 400 mazorcas si la humedad fuera óptima».
El inventario de daños incluye plagas y enfermedades asociadas a las sequías, amén de golpes como los del ciclón Oscar, casi al final del pasado año, cuando «asfixió» 400 hectáreas de población cacaotera y derribó la sombra protectora de otras 3 500.
Innovación parece ser la respuesta de Baracoa para salvar su cultivo líder y dotarlo de inmunidad frente a las veleidades del clima en la villa donde Cuba tiene su «gallina de los huevos de chocolate». El 85 % de la producción cacaotera de la Isla sale de estos valles y lomas, que la naturaleza embiste con recurrencia y capricho.
Por «culpa» de esos embates, blanden «sables» aquí la ciencia y Madre Natura. Se levanta un valladar de sabiduría, que tiene alma, rostro y pasión de mujer. Yusnai, Aliuska, Idelvis, Neisi, Ana Elba …
Ocho mujeres, ocho horas diarias de lunes a viernes. Por cada una de ellas, una ramita per cápita modificada entre sus manos cada cuatro minutos, 120 por cada obrera-especialista en el día; casi mil por jornada en el Centro de Microinjerto, contiguo a la Estación Experimental del Cacao, situada en pleno monte, en Paso de Cuba.
Sobre el piso, en torno a las mesas, cientos de preposturas le dan aspecto de bien cuidado jardín al local, montado en un rancho de madera con cubierta de tejas, y por paredes, el aire libre. Ocho pares de manos expertas, con el filo práctico de la ciencia en un «salón de parto» sui géneris.
El bisturí en una mano, la varita de cacao en la otra, los cortes... Luego, la cinta desplegada para sujetar, una vez que en el «rectángulo vacío de tejidos» se introduce la yema-patrón, plantada hace apenas tres días en un pregerminador arenoso.
En ese breve tiempo, la yema ha echado radículas, y, ya con casi cuatro centímetros de tamaño, deberá esperar otros 15 días para que la traigan al prolijo «taller de corte y postura», convertida en un organismo que resiste plagas y enfermedades, y que a la postre dé frutos de mejor textura, sabor y aroma.
Aquí, sobre las mesas, a los manojos de varitas acabadas de separar de su gajo madre se unen patrones de semillas en cantidad suficiente para que cada «cirujana» haga 15 injertos por hora. De fondo, los chasquidos que emite una pala al mezclar materia orgánica y tierra para alimento de las nuevas «criaturas» salidas de los implantes.
Ese abono orgánico se conforma a base de estiércol de ovejos, desechos de cocoteros, y «tierra certificada, libre de contaminación; arrastres del río Sabanilla extraídos a dos kilómetros de aquí», aclara Magalis Gámez Gaínza, al frente del colectivo que integran 16 trabajadores, de los cuales, 14 en su mayoría mujeres, y tienen vínculo directo con la producción.
PERIPLO, CUENTAS, SALDOS REALES Y PRESUMIBLES
Consumado el injerto, la plántula ocupará una bolsita de polietileno rellena de materia orgánica, suerte de incubadora que la sostiene en su etapa más frágil, con alta garantía de supervivencia, asegura Magalis.
Según la también experta, el injerto del cacao es sensible al frío, a los vientos fuertes y a las lluvias intensas, «pero aquí se da mejor en verano, pues, aunque llueve, las plantas injertadas aún están bajo techo, y sobrevive entre un 90 % y un 95 % de ellas».
A los 15 días de injertadas –prosigue Gámez Gaínza– reciben, durante dos semanas, un «baño ecológico» preventivo contra las plagas, a base de tabaquina y árbol del Neem. Luego irán a un vivero por 60 días, antes de llegar hasta el lugar en el que serán plantadas.
El costo conjunto de un patrón y una yema de cacao es de 38 centavos para el Centro de Microinjerto, que vende a 10.88 pesos cada planta injertada. Más de 160 bases productivas les compran esas posturas, de gran demanda, por ser de alta calidad.
Esta labor la respalda hoy el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), organismo de la onu que invierte en la seguridad alimentaria de poblaciones rurales.
Aquí lo hace a través de un proyecto concebido para 300 cooperativas agropecuarias en el Oriente de Cuba, 140 de ellas en ocho municipios guantanameros.
Según el ingeniero Rafael Pichardo, coordinador provincial del proyecto en Guantánamo, 56 bases productivas del Alto Oriente en la actual etapa han recibido recursos: motosierras, machetes, limas, azadas… herramientas y útiles venidos del FIDA.
El saldo final, si no falla la matemática, se traducirá en más y mejor cacao.
Hay, en cambio, otro beneficio anticipado a los números. Según Alicia Paumier, –cuando llegó aquí tenía 19 años–, ella y Ánderson, su pequeño, «monetariamente dependíamos de mi esposo –confiesa–. Ahora tengo independencia económica, hasta 10 000 pesos he cobrado en un mes».
«Yo estaba sin trabajo», admite, por su parte, Yusnai Romero Martínez, «cirujana» también. «Oí hablar de un proyecto que iban a abrir con mujeres desempleadas, y vine». Dice que sintió miedo al principio, por lo delicada de esta labor, «pero aprendí, me enamoré de lo que hago, y en lo económico me va bien».
«Lo fundamental aquí es la pasión por lo que haces, que es muy bonito», refiere Roxana Romero Gámez, otra «neonatóloga» del cacao. «Tuve que poner de mi parte; esto tiene encanto y secretos, hay que descubrirlos y disfrutarlos. Me alegro de estar aquí».
Semillas de cacao de alta calidad son vitales para el futuro cacaotero de la Villa Primada, donde una industria moderna, capaz de procesar 7 000 toneladas al año, todavía no recibe ni el 15 % de ese volumen. Hay, en ese apetito fabril, todo un desafío, que tal vez la ciencia, con manos y pasión como las de estas mujeres, y el empuje de todas las partes, ayude a satisfacer.
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